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42 MNT: Entre la denuncia y el entretenimiento

Por Mauro Marines


Desde su inauguración la 42 Muestra Nacional de Teatro se mostró como una plataforma para la protesta y la denuncia. Ya con la entrega del Premio Xavier Villaurrutia a la investigadora Ileana Diéguez, el encuentro reconoció su trayectoria y a través de ella a las teatralidades sociales.


El momento en el que, durante su discurso de aceptación, se mostró una manta con la leyenda “X la justicia que les debemos”, se sumó a las palabras de bienvenida de la Dirección Artística —donde se solidarizaron con el caso de corrupción en Chihuahua a raíz de la producción del espectáculo “La golondrina y su príncipe”— y posteriormente a la obra inaugural: “Cherán o la democracia según tres indias rijosas” de LEGOM, basada en el caso de la comunidad michoacana cuyo levantamiento en 2011 los encaminó hacia una democracia directa, independiente de partidos políticos y capaz de defenderse del narco.


A la mañana siguiente se reiteró tal postura, con la manifestación de colectivos de búsqueda de personas desaparecidas, convocada por Diéguez, en la Plaza Mayor de Torreón y en el marco del Encuentro de Reflexión e Intercambio, a su vez espacio para proyectos como “Ciclo II: Obra Negra o cómo las casas vacías evocan presencias” de la hidalguense Shannen Islas, donde las heridas de la migración quedan expuestas.


Por eso cuando, por la tarde de ese viernes, el Teatro Nazas recibió al montaje de “Julieta Tiene La Culpa” escrito y dirigido por Bárbara Colio, no fuimos pocos los que consideramos su tratamiento de los temas feministas como superficial. No es mala, por el contrario. Los guiños al teatro mismo fueron un deleite para todos, sin mencionar la energía y carisma de su elenco, pero los cuestionamientos sobre las realidades de sus protagonistas —tomadas de “Casa de muñecas” de Ibsen, “La gaviota” de Chéjov y “Un tranvía llamado deseo” de Williams— se quedaron en un plano más filosófico y ante otras propuestas con discursos anclados en la necesidad de denunciar problemáticas concretas, resultó en una reflexión liviana.


Tal fenómeno se repitió a lo largo de todo el encuentro. Por cada “Cherán” hubo una “Julieta”; por cada “Sabueso” hubo un “Tsunami” o un “Coyul” y un “Relato”. La curaduría de la muestra, al presentar la complejidad y crudeza de la realidad mexicana filtró el juicio de los asistentes creando exigencias para obras que, desde su concepción, tienen otros objetivos.


Sin embargo, al proponer la 42 MNT un “paisaje de las teatralidades” del país —lo cual logró— también evidenció un mosaico de contextos e inquietudes, las cuales, como una síntesis de México mismo, chocaron entre sí, y a la vez hizo visibles sus límites.


En nuestro territorio suceden incontables injusticias a diario, al grado de la insensibilización. Cuando se hace arte a partir de las aristas de lo cotidiano y se nos revelan las violencias y abusos sin final aparente, muchos deseamos una denuncia igual de inacabable.


Pero luego llega un “Convivio del difunto” a problematizar, sin querer, este ya intrincado dilema. Porque si bien para muchos fue solo una “comedia ligera”, “boba y sosa” en el peor de los casos, el montaje con el que la Compañía Nacional de Teatro cerró la muestra también fue un respiro para otros, abrumados por haber visto durante días la crueldad cotidiana representada en escena. Los aplausos y las risas no mienten y Arturo Beristáin le sacó una carcajada hasta al más inconforme —sin mencionar la magnífica escenografía diseñada por Alejandro Luna, que en paz descanse, elogiada por todos—.


Al estar tan cerca las obras reaccionan, como elementos químicos. En solitario cada una tal vez logró sus objetivos sin mayor problema; denunciar la desaparición forzada de personas, la migración o la violencia de los plantíos de amapola, así como la corrupción que permite todo esto; también reflexionar sobre el papel de la mujer a través de tres personajes clásicos de la literatura, resolver en escena un conflicto familiar marcado por la violencia o plantear una sencilla comedia de enredos en la alta sociedad, pero una junto a la otra nos llevó a muchos a querer meter las manos al lodo, a incomodar, a ponerte en la cara la mierda del mundo y así, al salir del teatro, mínimo, mires alrededor con otros ojos.


Las audiencias tienen derecho al entretenimiento y los artistas, por su parte, a plantear los discursos que consideren pertinentes. En el equilibrio entre ambos hay infinitas aproximaciones e intenciones; búsquedas más filosóficas, conceptuales, denuncias específicas, protestas y hasta llamados a la acción. Es válido el deseo de otorgar un buen rato al público —sin caer en la banalidad— pero el resultado de este encuentro parece apuntar hacia una creación más comprometida con su comunidad, un teatro más consciente y responsable de lo que está diciendo dentro y fuera de la ficción.





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